13 de julio 2022
Por Matilde Moreno RSCJ
Coordinadora pedagógica de Fe y Alegría Haití
Toda mi vida de maestra en escuelas rurales pobres y alejadas de la ciudad, me han enseñado cómo es la escuela que quiero promover y ayudar a mantener en Fe y Alegría.
Sí. La escuela es la cocina. Porque es ese lugar donde nos sentimos seguras; donde todos acudimos en invierno en busca de calor y el agua fría en verano.
Es el lugar de la reunión, de las conversaciones, de las confidencias y las preguntas importantes. Es el lugar donde los pequeños aprenden de los mayores y donde los mayores se abren a aprender de los pequeños.
Es el lugar donde aprendemos a colaborar, a poner la mesa, a partir y repartir el pan, a lavar lo que se ensucia, a pensar en los demás cuando nos comeríamos todo el arroz… pero vemos que todavía hay platos vacíos.
Es el lugar donde aprendemos a esperar nuestro turno, donde se despierta nuestra curiosidad y preguntamos cómo se hace esa salsa tan rica para mojar pan. Es el lugar donde nos enseñan a cocinar a fuego lento, haciendo las cosas sin prisas, con mucha atención, con paciencia, añadiendo en cada momento lo que hace falta: un poco de sal, un chorrito de aceite, un toque de canela, unas gotas de limón.
Es el lugar donde aprendemos que un buen guiso tiene un proceso largo que va en un orden preciso, porque hay que empezar desde el principio si queremos que todo salga bien y respetar los ritmos de cada ingrediente. Aprendemos que hay que poner mucha atención para que la mayonesa no se corte, para que la fritura no se queme o salga cruda, porque cada proceso es diferente y pide tiempos, espacio y temperatura diferente.
Es donde aprendemos que todos los ingredientes son necesarios para hacer un buen guiso: los más importantes y los más humildes, porque cuando falta uno, lo notamos.
Es el lugar de los intentos, de probar y experimentar; de sacar conclusiones, de conocer en qué nos hemos equivocado para no repetir el error; de modificar la receta para que salga mejor la próxima vez.
También aprendemos allí a encajar nuestras frustraciones cuando se nos quema el pastel de cumpleaños o los comensales llegan tarde y los macarrones ya están fríos. Es también el lugar donde crece nuestra autoestima cuando todo el mundo alaba lo rico que nos salió el pollo.
Es donde compartimos nuestros saberes, nuestros experimentos y búsquedas y entre todos conseguimos un menú mucho más rico.
Es donde celebramos, donde brindamos donde mostramos lo que nos queremos.
Sí, la cocina nos enseña a vivir y es testigo silencioso de nuestro crecimiento, de nuestra madurez, de nuestra vida.
Y nos prepara para que, con tiempo y con paciencia, podamos enseñar a otros con el amor y la sabiduría con la que nos enseñaron.
Sí, la escuela es la cocina.