Antonio Pérez Esclarín
Pedagogo, asesor, formador de docentes | Fe y Alegría Venezuela
Comencemos aclarando que la identidad define lo que somos y lo que queremos ser, expresa nuestra visión y nuestra misión, nuestra razón de ser, qué pretendemos, para qué existimos. Más que algo que se declara, es algo con lo que se comulga, se vive. La identidad de Fe y Alegría habla de un compromiso de vida, de una opción radical que se renueva permanentemente. Es lo que nos distingue de los demás, nos une en la diversidad y nos mantiene comprometidos en un mismo proyecto. En consecuencia, Fe y Alegría no puede ser meramente un lugar de trabajo, sino un medio para vivir y alimentar el proyecto de vida, la vocación de servicio. A mi modo de ver, la identidad nos exige cambiar una preposición: en lugar de yo trabajo EN Fe y alegría, que expresa meramente un lugar, algo externo a mí, a yo trabajo CON Fe y Alegría, es decir, yo soy Fe y Alegría, he incorporado a mi vida y mi modo de proceder la fe, la alegría y el amor, expresado en ese corazón que nos identifica en todas partes.
La identidad es una tarea permanente, un proceso de conversión continua. Exige vivir en estado de éxodo, con los pies en la realidad y la mirada en el horizonte de nuestra misión y nuestros sueños, abandonando rutinas, prácticas o modos de proceder que contradicen lo que proclamamos y queremos. Esto nos exige vivir en formación para irnos transformando como personas, como ciudadanos, como educadores, como comunicadores, como cristianos, para ser mejores y hacer mejor nuestro trabajo. No olvidemos que sólo habrá auténtica formación si hay deseo de cambiar y mejorar en algo, si hay cierta insatisfacción crítica y creativa con lo que somos y lo que hacemos. Frente a la concepción todavía muy arraigada de la formación bancaria que busca meramente adquirir nuevos conocimientos y competencias, formarse equivale a construirse, soñarse, inventarse, agarrar las riendas de la propia vida y desarrollar todas las potencialidades. No olvidemos que los seres humanos somos siempre proyectos inacabados y que permanentemente estamos en posibilidad de crecer, de ser mejores, más capacitados, más serviciales, más propositivos e innovadores para así responder mejor a las necesidades de los educandos. Se trata de convertir al educador en un profesional de la reflexión sobre el ser, el hacer y el acontecer: sobre la persona, sobre la práctica educativa y sobre la realidad o contexto.
Fe y Alegría se define como un Movimiento de Educación Popular. Aquí está contenida la identidad y esencia de Fe y Alegría. Al definirse como Movimiento, quedan desbordados los límites de la institución. No se puede reducir Fe y Alegría meramente a una red de escuelas, emisoras, institutos, centros de capacitación y programas educativos, aunque promovamos el trabajo en red. Fe y Alegría es la puesta en marcha de un conjunto de ideales que se siembran en personas y en distintas instancias sociales. Ser movimiento implica la permanente desestabilización creativa, la relectura continua de la realidad en una actitud de comprobada búsqueda, con grandes dosis de audacia, de inconformidad, de autocrítica constante, de modo que las prácticas educativas y el hacer pedagógico vayan respondiendo a las exigencias y los retos que plantea la realidad siempre cambiante y el empobrecimiento y exclusión crecientes de las mayorías. Ser movimiento nos exige a todos entrar en un profundo proceso, de desestabilización creativa, salir de nuestras zonas de confort, hacer de la investigación y la innovación una práctica permanente para responder a las cambiantes realidades del contexto y de nuestros educandos.
Para Fe y Alegría la Educación Popular no sólo se define por sus destinatarios, los pobres, los marginados, los excluidos…, sino por su objetivo, la transformación social y humanizadora de nuestro mundo inhumano. Por ello, afirmamos la dimensión política pero leída desde las dimensiones ética y pedagógica que nos exigen adoptar siempre los valores del evangelio y optar por pedagogías críticas y creativas que no contradigan lo que hacemos con lo que proclamamos, pues la pedagogía nos ayuda a aterrizar de muchas proclamas humanistas que son negadas por las prácticas, y nos advierte que es imposible educar para, sino educamos en: educar en y para la creatividad, en y para la crítica, en y para la solidaridad, en y para el emprendimiento, en y para el servicio…En cuanto a la metodología, la Educación Popular fomenta el diálogo de saberes, el trabajo en equipo, la investigación-acción, la sistematización.
En definitiva, en Fe y alegría asumimos la Educación Popular como un movimiento que camina tras las huellas de Jesús y asume su radical propuesta de construir en nuestro mundo el Reino, es decir, una sociedad fraternal, donde los últimos son los primeros, porque los que no interesan a nadie son los que más interesan a Dios, y los despreciados de siempre son los que tienen un lugar privilegiado en su corazón compasivo de Padre-Madre. Por ello, este caminar debe ser un caminar colectivo, en comunidad, tejiendo redes y alianzas y un caminar lleno de esperanza.
Este caminar haciendo camino no puede ignorar el contexto tanto mundial como nacional y local, donde cada día resulta más y más difícil educar: incertidumbre, modernidad líquida, relativismo ético, postverdad, proliferación de los populismos tanto de derecha como de izquierda, iguales en su pretensión de manipular los sentimientos e impedir la reflexión; crisis humanitaria compleja, pérdida de la confianza y la esperanza, desencuentro, fe proclamada que no siempre se traduce en un compromiso de vida, sobreinformación que asfixia el pensamiento…
Esta lectura de la realidad global debe ser complementada con la lectura de la realidad local, para que la educación responda mejor a las diversas situaciones y problemáticas.
En definitiva, la propuesta ética, política, pedagógica y también epistemológica que nos exige leer la realidad desde los perdedores y víctimas, es para Fe y Alegría una propuesta profundamente espiritual. Si espiritualidad significa, como lo plantea la concepción hebrea de ruah, vivir con espíritu, con coraje, con libertad, con alegría, lleno de vida (decimos que una persona ha perdido el espíritu cuando la vemos resignada, apática) la espiritualidad cristiana implica vivir con el espíritu de Jesús. Tres son los rasgos esenciales, a mi modo de ver, de la espiritualidad de Jesús que debemos hacer nuestros y en consecuencia proponerlos: una gran intimidad con el Padre, que Jesús experimentó como Abba, ternura infinita; apasionamiento por el Reino, es decir por una sociedad justa y fraternal; y compasión eficaz a favor de los más débiles y excluidos. Es una espiritualidad, en consecuencia mística o contemplativa, y también espiritualidad política, en el sentido positivo de la palabra como compromiso por el bien común.
Como espiritualidad contemplativa o mística cultiva la vida interior, la oración, el discernimiento, el silencio, la meditación, la contemplación. Como espiritualidad política, se compromete a seguir a Jesús en su empeño de transformar el mundo, o en términos evangélicos, establecer el reinado de Dios. La espiritualidad se alimenta de un Dios que sólo busca y quiere una humanidad más justa y más feliz, y tiene como centro y tarea decisiva construir una vida más humana. Seguir a Jesús es proseguir su misión, comprometerse con su proyecto. Buscar el cielo exige trabajar por humanizar la tierra. Educar será evangelizar, presentar la buena noticia de que Dios nos ama y nos invita a acompañarle en la construcción del Reino.
La auténtica espiritualidad cristiana es, en consecuencia, una espiritualidad enraizada en la historia, en el cuerpo y en la vida. No huye del mundo, sino que trata de transformarlo. Por ello, educar la espiritualidad tiene que ver con educar el cuerpo espiritual que somos. Por lo tanto, una espiritualidad que nos pone en contacto con el Espíritu de Dios es una espiritualidad de ojos profundos y contemplativos, capaces de ver con misericordia los rostros dolientes de los hermanos; espiritualidad de manos parteras de la vida, siempre tendidas al necesitado; de pies solidarios, capaces de “hacerse prójimo” del golpeado y herido; de oídos abiertos, atentos a los gritos de dolor y los cantos de gozo de nuestro mundo; de boca profética que denuncia y anuncia que el Reino ya está entre nosotros, aunque no en su plenitud, y permite sentir y gustar el sabor de la presencia de Dios en medio de nosotros; de entrañas de misericordia preñadas de vida; de corazón apasionado, latiendo en cada aliento de vida.
Desde hace algún tiempo vengo trabajando la espiritualidad de Fe y Alegría enraizándola en su nombre y su logo: Fe, Alegría y Amor. Dada la necesaria brevedad de este artículo me voy a limitar a poco más que su enunciado. Si alguien desea un mayor desarrollo, puede escribirme y yo se lo enviaré.
Se trata de hacer nuestros los valores y estilo de ida de Jesús, comprometido en la construcción del Reino, un mundo de justicia y fraternidad. Esto nos exige ser educadores testigos, de fuerte espiritualidad encarnada, de fidelidad rebelde, capaces de gritar el evangelio con nuestras vidas y contagiarlo para que los educandos se sientan invitados a una conversión radical de valores y de vida. Necesariamente, esta espiritualidad debe ser también del discernimiento y la oración para averiguar que nos pide Dios y cómo quiere que actuemos.
La espiritualidad de Fe y Alegría, es una espiritualidad pascual, gozosa, de profunda alegría. Lo propio del Espíritu de Dios es dar paz, ánimo y alegría. La presencia de Jesús Resucitado es siempre fuente de alegría y paz. Una espiritualidad triste, quejumbrosa, no es cristiana. La fe hecha servicio es fuente de alegría, como lo entendió con meridiana claridad el P. Vélaz, que quiso que la Alegría se subiera al propio nombre del movimiento y expresara su identidad.: entregar la vida al servicio de los demás es llenarse de una alegría profunda e inapagable.
Si hacemos nuestra esta Espiritualidad pascual, nuestros centros y programas deben reflejar la verdadera alegría que se expresa en un estilo audaz, festivo, sencillo, austero; en un compañerismo cercano y positivo, donde todos nos sentimos valorados, apoyados y queridos, donde los que tienen poder lo utilizan para empoderar, para servir, para lograr que el personal se comprometa con entusiasmo, y por ello se esfuerzan en ser líderes de servicio; donde se vive en un ambiente de estímulo, osadía, generosidad, audacia.
Espiritualidad del amor práctico, hecho servicio, con especial predilección por los más pobres, necesitados y rechazados.
Fe y Alegría se identifica, en todo el mundo, con un corazón, expresión universal del amor. Jesús experimentó a Dios como Padre Amoroso de todos y por ello se hizo hermano de todos, incluso de los que lo odiaban. Por ello, se atrevió a proponernos un Mandamiento Nuevo: “Que se amen los unos a los otros como yo les he amado” (Juan 13, 34-35), es decir, con un amor servicial, desinteresado, constante, dispuesto incluso a dar la vida para que todos tengan vida y puedan vivir con la dignidad de hijos de Dios. Y ese amor debe abarcar a todos, incluso a los enemigos, a los que no merecen nuestro amor, pues todos son hijos de Dios, y en consecuencia, hermanos nuestros.
En definitiva, el corazón de Fe y Alegría debe ser siempre expresión de personas amorosas, que se aman a sí mismas, aman lo que hacen y lo hacen con amor, aman a sus compañeros, aman a su centro educativo, aman a sus alumnos en especial a los más carentes y necesitados.
Pintar el corazón en las paredes o ponerse una franela con el corazón de Fe y Alegría debe expresar el compromiso de “en todo amar y servir a todos”, de proseguir el proyecto de Jesús de construir la civilización del amor.
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