Los invitamos a leer la introducción completa del P. Carmelo Vilda S.J. haciendo clic aquí
José María Vélaz se instala en el Masparro en 1984 a lo “caballero andante”: Llega a hombros de un “jeep” que se hubiera podido llamar Rocinante. Fue la quijotada postrera, tal vez com-pensación de la que le impidieron reali¬zar mucho antes en Santa Bárbara de Barinas. ¿No ha-bía sido y tildado toda su vida, de iluso, utópico y megalómano? Que en un paraje solitario y húmedo de los Andes fundara un taller donde un puñado de muchachos campesinos cons-truían violines no dejaba de ser también “quijotada”, como los pececitos que Aureliano Buen-día doraba en Macondo. Un jalón más del temperamento de José María, quien en la contem-plación absorta del bosque de fresnos y pinos plantado por él anticipaba ya la madera para el retablo mayor o los bancos del futuro santuario, la hospe¬dería anexa, las arpas o violines y la renta maderera...
Con estas palabras el P. Carmelo Vilda S.J. comienza la introducción a la recopilación de las 64 cartas que escribió el P. Vélaz desde Marzo de 1984 a Julio de 1985.
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José María Vélaz se instala en el Masparro en 1984 a lo “caballero andante”: Llega a hombros de un “jeep” que se hubiera podido llamar Rocinante. Fue la quijotada postrera, tal vez com-pensación de la que le impidieron reali¬zar mucho antes en Santa Bárbara de Barinas. ¿No ha-bía sido y tildado toda su vida, de iluso, utópico y megalómano? Que en un paraje solitario y húmedo de los Andes fundara un taller donde un puñado de muchachos campesinos cons-truían violines no dejaba de ser también “quijotada”, como los pececitos que Aureliano Buen-día doraba en Macondo. Un jalón más del temperamento de José María, quien en la contem-plación absorta del bosque de fresnos y pinos plantado por él anticipaba ya la madera para el retablo mayor o los bancos del futuro santuario, la hospe¬dería anexa, las arpas o violines y la renta maderera…