10 de agosto 2022
Por Luisa Pernalete – FyA Venezuela
@luisaconpaz
No he podido olvidar esa primera visita a una comunidad indígena con poco contacto con los criollos, en medio de la selva, por la Sierra de Maigualida, al sur del Estado Bolívar. Había que trasladarse en avioneta. Se aterrizaba en una pequeña pista hecha, precisamente para esas visitas, como esta del equipo de Fe y Alegría a la escuela que en ese lugar se había creado hacía unos años, a solicitud de la comunidad, integrada por varias etnias, y acompañada por hermanas Lauritas, misioneras extraordinarias, muy respetuosas de las costumbres ancestrales de los hermanos. Todos los niños, vestidos con sus guayucos, y sus familias, igualmente con guayucos tejidos por ellos mismos, esperaban el aterrizaje de la avioneta. Se acercaban y sonreían. ¡Imposible olvidarlo!
El 9 de agosto se celebra el Día Internacional de los pueblos indígenas, buena oportunidad para detenernos, no tanto en su vulnerable situación, así han estado por siglos, aunque ahora peor con el Arco Minero Orinoco, que, legalmente, permite la minería que está acabando con el hábitat de unos cuantos pueblos indígenas del Estado Bolívar, contaminando las aguas, esclavizando a sus pobladores, por hacer un resumen apretado de la situación.
Estos hermanos no deben ser ni objeto de lastima, aunque sí de atención, ni tampoco de discriminación por verles inferiores. Decimos que los venezolanos no somos racistas, pero seguro que más de una vez usted ha escuchado, y tal vez haya dicho, algo así como “no seas indio” para expresar brutalidad o ignorancia.
Queremos compartir lo que hemos aprendido al trabajar, conocer a varios pueblos indígenas, tanto en el estado Zulia como en el estado Bolívar. Y confesamos sentirnos privilegiadas, porque no he aprendido de lo que me hayan contado, sino de lo que he visto en ese contacto fraterno.
De los wayuu, los guajiros, de la península de la goajira, frontera con Colombia, valoramos y admiramos su capacidad de resistencia: más de 400 años de asedio no ha sido suficiente para que ellos hayan renunciado a sus costumbres ancestrales, su lengua, la vestimenta de sus mujeres y niñas, su manera de resolver conflictos, su propia ley y su sentido de familia. Una ofensa a cualquier miembro de la familia, es ofensa para toda esa familia. Nombran su palabrero, la ofendida y la ofensora, y dialogan y negocian. No hay cárcel, hay pago de la deuda, resarcimiento de la ofensa pues. Se asume la deuda, nada de impunidad tampoco. ¿Qué tal si esos palabreros, expertos en negociar, entrenan a los políticos para que aprendan a resolver conflictos gracias a la palabra?
De los barí, mal llamados motilones, que habitan la Sierra de Perijá, también en el Estado Zulia, recuerdo su amor por el entorno, por el ecosistema que les rodea. Una vez les escuché decir, por qué no querían a las petroleras explorando la Sierra: “El petróleo no se come. De los ríos y la selva si comemos. El petróleo acaba con los ríos y con la selva” Y tenían razón. ¡Claro que la defensa del ambiente no es sólo de esa etnia, es de todas!
En el Estado Bolívar, en donde tuvimos el privilegio de estar en el Alto Caura, en la sierra de Maigualida y en la Gran Sabana, así como en la de Inmataca y otros lugares, pudimos ver y valorar muchas cosas. La sencillez, por ejemplo. ¿Para qué acumular tanta ropa, tantas cosas que no son necesarias? La verdad es que se puede vivir con menos. Ahora, en la cuarentena prolongada por la pandemia, eso se ha vuelto visible. Vivir con sencillez, algo que deberíamos imitar los criollos.
Otro elemento que valoramos muchísimo, es que el comportamiento violento no es natural, es aprendido. ¡Extraordinario! No se nace violento, se aprende a ser violento. En las escuelas indígenas de la selva no hay acoso escolar, ni ningún tipo de violencia escolar. Y eso no lo aprendimos por informes que nos dieran los maestros, sino porque pudimos verlo. Podíamos estar varios días reunidos, en jornadas formativas, con los maestros en alguna de las churuatas, y los niños y niñas se quedaban jugando en la comunidad, o haciendo tareas en sus aulas/ churuatas, y nadie tenía que vigilarlos, ni salir a separarlos por alguna pelea. Otra cosa es si son atacados: pues se defienden, pero ellos, no son violentos… sus entornos son pacíficos. Tienen sus maneras de amonestar a quien viola alguna regla, pero no hay golpes. Las armas, artesanales son para la caza, pero no para agredir al otro.
Y por supuesto, si algo tenemos que aprender los criollos, es la manera fraterna como se comportan con la naturaleza. La “madre tierra” no es para imponerse, ni para acabarla. Si desforestan en algún lugar para sembrar, entonces, siembran también árboles en otra parte, por eso se mueven también. Conocimos una etnia que no criaba animales para comer, porque si los criaban se convertían en familia de ellos, y, ¿cómo se iban a comer un animal que era familia? Solo consumen proteína animal de la caza y de la pesca. El cuidado del agua, casi con ternura cuidan a sus ríos. Mejor no usar jabón si se bañan en los ríos, pues el jabón contamina. ¡Qué diferencia con minería extractivista, ahora que es legal legal, que contamina los ríos, que acaba con bosques y selvas!
Son una enciclopedia que no hemos sabido valorar. Hay que agradecerles mucho y también sería conveniente asesorarse con ellos para muchos temas. No basta con poner nombres indígenas a avenidas en Caracas, más importantes es respetarles, protegerles y aprender de ellos.