Beatriz Borjas
Lidereza de la Iniciativa Formación Pedagógica
Beatriz Borjas
Lidereza de la Iniciativa Formación Pedagógica
Este año, el Día Mundial de las y los Docentes tiene un carácter bien particular. En primer lugar, porque celebra los compromisos logrados en la “Cumbre sobre la Transformación de la Educación”, realizada el pasado mes de septiembre de 2022; entre los cuales hay que resaltar la creación de una Comisión Mundial sobre la Profesión Docente que intentará proponer soluciones a problemáticas comunes y mundiales de este oficio (escasez del personal educativo, dificultades para garantizar las cualificaciones, las competencias y las necesidades de su desarrollo profesional, su baja categoría social, malas condiciones de trabajo y falta de oportunidades para desarrollar la autoridad, la autonomía y la innovación en su ámbito de trabajo).
En segundo lugar, el lema de la celebración de este año es el siguiente: “La transformación de la educación comienza con las y los docentes”, con el cual se reconoce el papel fundamental que juegan hoy estos actores en los procesos de cambio educativo.
Este papel transformador se evidenció durante el período de la crisis sanitaria, cuando los y las docentes se vieron obligados a idear espacios escolares intangibles o inmateriales, recurriendo a encuentros virtuales, mensajes de textos y de voz, guías e inclusive, llamadas telefónicas. Espacios que educadores y educadoras fueron construyendo cotidianamente y con perseverancia, contando, en muchas ocasiones, con el respaldo de las familias, de la vecindad y de instancias institucionales. Sin preverlo, el modo de enseñar y de aprender no solamente se transformó sino que estas “nuevas” maneras de educar fueron capaces de crear un tejido impalpable de contención, a fin de mantener en pie el sistema educativo sin que existieran los muros, los edificios y los rituales del mundo escolar que conocíamos hasta la fecha. La acción educativa subsistió gracias a este nudo sólido de comunicación que se estableció entre educadores/as y educandos.
Sin embargo, las cifras actuales de deserción escolar muestran que muchos estudiantes se quedaron en el camino o perdieron el gusto por la escuela o no están en capacidad para continuar sus estudios. De allí que el gran reto para educadores y educadoras populares, en este período de vuelta progresiva a la presencialidad, será continuar buscando estrategias para que los conocimientos se sigan socializando con los recursos que están al alcance de las poblaciones más vulnerables, diseñando experiencias educativas que respondan al contexto, con la participación de familias, organizaciones y movimientos sociales territoriales dispuestos a superar la deserción y el rezago escolar. Es tiempo de reflexionar y de sistematizar lo aprendido, tiempo de ir más allá del aula rompiendo con los límites físicos de la escuela en clave de inclusión, conscientes de que la educación es una tarea de todos y todas. También es tiempo de introducir en el currículo los temas del cuidado de sí, de las otras personas y de la naturaleza, así como el desarrollo de capacidades socioemocionales y espirituales que fueron centrales para resistir la crisis sanitaria.
Transformar la educación comenzando por la transformación misma de educadores y educadoras, supone que estos asuman la educación como un proyecto ético-político que lucha por una sociedad más justa, democrática e igualitaria anticipándola y anunciándola en el mismo quehacer educativo. Este gran desafío se ve favorecido cuando educadores y educadoras se organizan en colectivos y redes que les permita, además de fortalecer su identidad profesional, intercambiar propuestas y experiencias, y defender su derecho a una vida digna sin dejar por ello de ejercer con alegría y vocación su profesión, con el deseo de formarse y reflexionar permanentemente su práctica a fin de mejorarla y transformarla. Ciertamente estos retos no nos llevan a transitar por caminos fáciles, tal como Freire nos advertía en las “Cartas a quien pretenda enseñar”, “Mis sueños, que son sustantivamente políticos y adjetivamente pedagógicos, en la medida en que reconozco que como educador soy un político, también entiendo mejor las razones por las cuales tengo miedo y percibo cuánto tenemos aún por andar para mejorar nuestra democracia”.
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