Fe y Alegría nace en Caracas, Venezuela en 1955 cuando el sacerdote jesuita José María Vélaz visitó los barrios periféricos junto a un grupo de estudiantes de la Universidad Católica de Andrés Bello, para sensibilizarse a través de la vivencia personal con las poblaciones más vulnerables. Al acercarse a la gente, sintieron la tragedia de la marginación y se comprometieron con la comunidad para que aumentara su calidad de vida. También el obrero Abraham Reyes y su esposa Patricia García de Reyes representan un ícono de solidaridad y entrega en los inicios de este Movimiento, al regalar un local de la casa que construyeron con sus ahorros de siete años. Este espacio que fue utilizado como la primera escuela de Fe y Alegría, en donde se atendieron a más de 100 alumnos.
Fe y Alegría surge entonces, como fruto de la inquietud y visión de su fundador, la generosidad de un obrero y su esposa, la determinación de los universitarios, el compromiso comunitario y la colaboración de personas y organizaciones que apoyaron ante las adversidades para concretar esta obra que se centra en la educación como la mayor fuerza transformadora de las sociedades.
La expansión de Fe y Alegría es la respuesta ante situaciones de pobreza y marginación. La semilla del Movimiento se fue expandiendo por toda Latinoamérica con un solo deseo: hacer que los más pobres tengan una opción para superar su situación y procurar una sociedad más humana.
Fe y Alegría llega a Guatemala en 1976, coincidiendo con el terremoto devastador que evidenció las necesidades sociales del país, especialmente en las áreas marginales y rurales. En abril de ese año, las hermanas mercedarias Blanca Montalbo y Mercedes Rodríguez junto a los sacerdotes jesuitas Nicolás Alvarenga y Jorge Toruño, instalaron el primer centro educativo en un local prestado por la Parroquia franciscana Santa María Magdalena; ubicado en una de las áreas marginales de la ciudad denominada La Limonada, ubicada en la zona 1 de la Ciudad Capital.
Desde sus inicios, Fe y Alegría Guatemala estableció relaciones con el Estado guatemalteco, quien desde entonces ha sido un aliado estratégico que contribuye al sostenimiento de los centros educativos en la figura de convenios de subvención anuales.