Elías Cornejo
Coordinador de Promoción Social y Atención a población migrante | Fe y Alegría Panamá
Elías Cornejo
Coordinador de Promoción Social y Atención a población migrante | Fe y Alegría Panamá
Son las cuatro de la madrugada, el estruendoso silencio es roto por la ya suave corriente del río Tuquesa. Dos o tres mosquitos que buscan su comida revoletean alrededor nuestro. Tres o cuatro murmullos de un cuarto donde dos familias venezolanas se arremolinan. Más allá, dos grupos de haitianos ya van levantándose. No quieren perder su puesto en las piraguas que los llevarán hasta Metetí.
La noche anterior, a la luz tenue de una lámpara y las cenizas de unos cigarrillos nos habían contado parte de sus vidas. Norky, una joven madre venezolana, nos contó de su trabajo en una Venezuela que dejó hace cuatro años para irse al Ecuador. Me dijo que había logrado sus papeles, que tenía un trabajo. Casi me obligaba a preguntarle ¿Por qué dejas eso seguro para irte a un norte inseguro? “Porque uno quiere lo mejor para sus hijos”, me respondió. “Pero tus hijos son ecuatorianos”, le repliqué. Ella guardo un momento de silencio y dijo, “sí, pero allí no hay futuro para nosotros”. Yo aún necio volví a preguntar ¿Y en Estados Unidos lo hay? ¿Valió la pena atravesar el Darién con tus hijos? Ella no respondió y yo no insistí. Sus dos niños nos miraban con ojos grandes, tienen dos y un año. Apenas empiezan la vida y ya hicieron un camino largo y difícil.
Ella y él son parte de los 40 mil menores de edad que han entrado al Darién con o sin sus familias. Son de los afortunados que se mantienen juntos, de los que no son anécdotas o como dicen algunos, “exageraciones de los migrantes”.
En medio de la oscuridad trato de entender sus razones. Miro sus pies, miro la piel de sus hijos marcada por las picaduras. Guardo silencio ¿Qué más queda? Animarlos, dejarles que hablen, apenas conocerlos, guardar como María “todo en nuestro corazón”. Uno de sus niños clava su mirada en mí, sus ojos grandes, abiertos…negros como esa noche, como esta madrugada que escribo; me extiende un pedacito de pan que tiene, lo tomo, como y siento la comunión de aquel descartado en la cruz y entiendo con la claridad que “entre más negra la noche, anuncia que vendrá el amanecer” y sé que vendrá.
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