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Transformar transformándonos: una eucaristía sin fronteras

Había hombres malos con pistolas y golpearon a mi papá y vi muchos muertos”. Hace tres años este relato de Jorge, un niño cubano de apenas ocho años me impactó. Apenas iniciaba mi trabajo en Fe y Alegría Panamá, en el área de atención a migrantes. Jorge, es de los miles de niños que han ingresado al País por el inhóspito Darién.

Jorge sería el primero de varios niños, niñas y adolescentes que hemos atendido. Algunos tienen pocos días de nacidos y otros apenas pueden balbucear sus primeras palabras. Unos van de camino al norte con sus padres o familiares y otros viven en Panamá (algunos de ellos han nacido aquí). En todos, la mirada en sus ojos refleja esa mezcla de tristeza y esperanza.

Karen es una niña vivaz, tiene tres años, nació en Panamá, de madre venezolana, juega con Víctor, un niño más calladito, de cinco años, también es panameño, pero sus padres son nicaragüenses. A ellos se suman Gonzalito, nacido en Cali, Colombia y Martín nacido en Perú de padres venezolanos, ambos de seis años, a ellos también se sumaron Richard y Fernando ambos de padres panameños y de seis años. Juegan con una pelota en el patio de Fe y Alegría, en Las Mañanitas. Sus padres participan de una reunión de presentación del programa “Tejiendo Amaneceres” el cual pretende ayudar en la integración social de las poblaciones panameñas y migrantes.

La mayoría vive en las periferias de la zona Este de la ciudad de Panamá, particularmente, en la 24 de diciembre, Las Mañanitas y en el populoso e histórico San Miguelito. La idea es apoyarles en la sostenibilidad educativa de sus hijos. Algunos de ellos y de ellas forman parte de la iniciativa de Formación para el trabajo, un proceso que pretende capacitar en habilidades que les permitan enfrentar las nuevas realidades aplicando las herramientas que suministran las tecnologías que poseemos en nuestros celulares y computadores.

Estos grupos en formación y estos niños que juegan son esperanza, pero son la noticia sobre migración que no será prime time en las grandes cadenas. Son aquellos que viven en la vorágine de emociones que provoca la jungla de cemento que es Panamá. Como siempre digo, “son el testimonio de la terquedad de la vida que se resiste a las sombras”, son las historias que queremos contar.

Terminamos exhaustos. Los niños sentados comiendo, sus padres alegres y motivados. Ver sus rostros ilusionados y escuchar sus preguntas e inquietudes, me recuerdan porque sigo creyendo que cada acción formativa es un gran acto de fe que transformamos en eucaristía permanente. Porque al final de cuentas, ellos y ellas (adultos y menores) transforman nuestras vidas.

Se que Jorge y su familia están en Miami desde hace dos años. Ellos no tuvieron la oportunidad de participar en este proceso, pero igual que David, quien nació en medio de la selva y sobrevivió y las pequeñas vidas que jugaban en nuestro jardín, son la base con la que queremos construir otro Panamá posible, el que nace desde abajo, el que nos recuerda que somos frágiles hilos que se entrecruzan tejiendo esos amaneceres de redención con fe y alegría. Autor Elías Andrés Cornejo Rodríguez-Equipo de Fe y Alegría Panamá

*Los nombres de los menores han sido cambiados por seguridad.

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