Elías Andrés Cornejo Rodríguez
Fe y Alegría en Panamá
Elías Andrés Cornejo Rodríguez
Fe y Alegría en Panamá
Mis hermanos y hermanas:
Como saben, hasta esta mitad de junio, más de 175 mil personas migrantes han ingresado a Panamá por el Tapón del Darién. Muchos de ellos mantienen su idea de ir hasta el norte por nuestros países, otros se quedan en un limbo migratorio.
Con las nuevas disposiciones de Estados Unidos el escenario ha cambiado. De ser puente para esta ola humana en busca de un sueño, las circunstancias pintan a ser receptores de bolsones humanos atrapados entre el no poder regresar y el intentar seguir.
En algunos momentos en las Estaciones de Recepción Migratoria en Panamá (Lajas Blancas, San Vicente, Los Planes de Gualaca) y las comunidades de Bajo Chiquito y Canaán Membrillo hubo hasta 5 mil personas contenidas en los meses de mayor afluencia. De ellos, un grupo siguió avanzando por sus medios (a pie o en bus hacia la ciudad capital). Otros reiniciaron el doloroso retorno, algunos sin saber a dónde.
La situación de este 2023 no pinta que vaya a mejorar. La mayoría de los ingresos, son venezolanos, que ya superan los 85 mil, le siguen los haitianos con más de 30 mil y los ecuatorianos arriba de los 20 mil.
Creo que frente a esta realidad caben bien las palabras del Padre Pedro Arrupe a los jesuitas al llamarlos a actuar frente a la crisis de los refugiados vietnamitas: “para aliviar, al menos un poco, la tragedia de tal situación“. Este llamado de 1980 debe resonar hoy en nosotros/as con fuerza evangélica para responder a la enorme crisis de solidaridad de la que nos habla el Papa Francisco.
Como cristiano creo que los migrantes son un lugar teológico, lugar de Dios. Es entenderles como “signos de Dios”. Ante esta realidad surgen preguntas como ¿Qué de Dios veo en ellos? Y ¿Qué de Dios ven ellos y ellas en mí? Porque el Dios que se revela es el de Jesús, aquel que mueve entrañas y vidas.
Nuestra fe debe verse interpelada de manera clara por los rostros y el dolor de los otros. Pero no solamente de forma “lastimera”. Debe movernos al encuentro. Debe cuestionar nuestra fe y el “Dios” en el que creemos. Porque un mundo que descarta a seres humanos no puede ser un mundo del Dios de Jesús.
Si el lugar debe ayudarme a actualizar las fuentes del evangelio de Jesucristo (no otro evangelio) entonces, estar con los más vulnerables no es algo simple. Aunque parezca trillado está presente en todo Mateo 25 y llega a su culmen en los versículos del 31 al 46 (Juicio de las Naciones). Es una condición ineludible.
Pero estar en el lugar del pobre es una gracia, no es voluntarismo o heroísmo. Se pide, se ora, se discierne. Es una respuesta amorosa a la bondad misericordiosa de quien nos amó primero. Hay que pedir ser puestos con el hijo. Al final son los empobrecidos o descartados, quienes nos acogen. Será nuestra respuesta la que nos juzgue al final de los tiempos. No basta solo sentir “lastima”, debe organizarse una compasión solidaria (me ayuda a reconocerle y acercarme) y una solidaridad compasiva (me hace estar a su lado para levantarle). Solo entonces el evangelio se hará carne y habitará entre nosotros.
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