Quiero compartirles, en unas pocas líneas, mi compromiso, coraje y bravura en este período de crisis sanitaria mundial ocasionada por la COVID-19. Hay que empezar reconociendo que esta enfermedad ha contribuido, en gran parte –y todavía contribuye–, a agudizar la miseria de la población más vulnerable. Las condiciones de vida durante este período de pandemia no podían favorecer la paz y la seguridad de las familias, empezando por la mía.
Todo el mundo tenía miedo a contagiarse de la enfermedad e, incluso, de morir. Y yo, como padre de familia, no era una excepción. Yo vivo en Kisantu, con mi esposa, y todos mis hijos viven en Kinshasa, la capital, considerada como el epicentro de la enfermedad. El cierre de la frontera y el estado de emergencia paralizaron todo a nivel interno. Yo no podía moverme para ir a Kinshaha y ayudar al sostén de mis hijos.
Como todo el mundo sabe, esta pandemia ha paralizado muchas actividades. Nosotros mismos, como docentes, hemos tenido muy serias dificultades para sobrevivir con el mísero salario que el Estado nos otorga al fin de cada mes. Nos ha tocado vivir momentos muy difíciles. Era necesario luchar fuerte para sobrevivir y era también necesario pensar junto a Fe y Alegría para no perder el dinamismo.