Antonio Pérez Esclarín
Si ser joven significa tener el corazón lleno de ideales y de sueños y el coraje para hacerlos realidad, Fe y Alegría está llegando a sus 70 años con un espíritu juvenil y emprendedor que se crece ante las dificultades y le lleva a refundarse y actualizarse permanentemente para servir mejor a las poblaciones excluidas y pobres en los 22 países en los que despliega sus banderas de educación integral de calidad.
Nació el 5 de marzo de 1955 en un ranchito del 23 de enero, en Caracas, la vivienda del obrero Abraham Reyes y su esposa Patricia que la donaron generosamente para que allí funcionara la primera escuela. “Si me quedo con ella, será la casa de mis siete hijos, pero si la convertimos en escuela, será la casa de todos los niños del barrio”, así le argumentaron Abraham y Patricia al P. Vélaz que no podía comprender tanta generosidad.
Cien alumnos sentados sobre el piso pues no tenían sillas, ni mesas, fueron los primeros alumnos. Dos jovencitas de apenas quince años y con tan solo sexto grado de primaria, fueron las primeras maestras. De allí, impulsada por la audacia y solidaridad de muchos, saltó a Petare, Altavista, La Charneca, a los barrios más pobres. Una vez que se consolidó en Caracas, se sembró por toda Venezuela en los lugares más olvidados, sin servicios, sin escuelas.
Sus lemas de “Fe y Alegría comienza donde termina el asfalto”, “Un niño sin escuela es problema de todos”, motivaron a muchas personas a enrolarse bajo sus banderas de educación de calidad para los más pobres. Hoy, Fe y Alegría ha llevado sus banderas de educación humanizadora y productiva a otros 22 países en el mundo.
Desde su nacimiento Fe y Alegría tenía muy claro que la educación sólo sería medio de superación y dignificación si era una educación de calidad: “La educación de los pobres no puede ser una pobre o superficial educación; buscamos la mejor educación para los que están en condición peor”, fueron consignas del P. Vélaz que, desde los orígenes, han iluminado los esfuerzos y búsquedas de Fe y Alegría.
Lograr calidad educativa en contextos de marginalidad y de pobreza sólo sería posible si la escuela compensaba las desigualdades sociales de origen y brindaba a los alumnos los medios necesarios para garantizar su aprendizaje, medios que los alumnos más privilegiados tenían en sus casas. De ahí que ya en las primeras escuelas de Fe y Alegría, y a pesar de no contar en los primeros años con ningún apoyo del Estado, empezaron a funcionar comedores escolares, roperos, dispensarios médicos…, y las puertas se abrieron no sólo a los niños y jóvenes, sino a todos los miembros de la comunidad.
Durante el día acudían a clases los niños y los jóvenes, y en las noches y fines de semana los adultos, con los que se iniciaron cursos de alfabetización, capacitación laboral, higiene y salud, economía familiar, atención y cuidado de los hijos, y se organizaron cooperativas de ahorro y de consumo.
En estos días en que la educación de Venezuela languidece y vive una de las peores crisis de su historia, con unos tres millones de alumnos en edad escolar fuera del sistema educativo; gran déficit de educadores que se han marchado del país o han abandonado su profesión por no poder sobrevivir con sueldos insuficientes; y miles de centros educativos en condiciones lamentables; Fe y Alegría renueva su compromiso de seguir trabajando con entusiasmo por salvar la educación y por transformar la educación para que responda a las necesidades de los alumnos y a los problemas que enfrentamos.
Por ello, está comprometida en apoyar un Pacto o Alianza que unifique al país en torno a la defensa de la educación. Si la educación es un derecho, es también un deber humano fundamental, lo que implica que todos somos corresponsables y debemos colaborar para que este derecho se cumpla con equidad, lo que supone que todos debemos levantar nuestras voces y unir nuestras manos y nuestros corazones para garantizar que no haya un solo niño o joven sin ir a la escuela, que en ella sea valorado y querido y reciba una educación integral de calidad que desarrolle sus talentos y potencialidades para que sea una persona honesta y respetuosa y un ciudadano activo, productivo y solidario.
Pensar en la mejora de la educación sin los docentes es una ilusión. Todos los estudios indican que en ellos reside la clave de la calidad de la educación. Por ello, son trágicas las noticias que nos informan que, de seguir así , en unos pocos años, Venezuela va a quedarse sin maestros.
Los jóvenes no quieren estudiar educación, fundamentalmente por los sueldos que reciben los educadores con los que resulta imposible vivir. Y si es bien cierto que sin maestros no hay escuela; sin maestros bien formados, bien remunerados y reconocidos, que viven con orgullo su vocación, será imposible una educación de calidad. Si queremos que la educación contribuya a erradicar la pobreza, debemos comenzar erradicando la pobreza de los educadores.
Por ello, Fe y Alegría, mientras exige salarios dignos, trabaja para que los jóvenes entiendan que, a pesar de todo, la profesión de educador es la más digna y transcendental para el desarrollo económico, social y humano de los pueblos, pues los educadores somos los que construimos las personas y ciudadanos, es decir el corazón de la Patria.
Ser maestro, educador, es algo más complejo, sublime e importante que enseñar biología, matemáticas, inglés o robótica. Educar es alumbrar personas autónomas, libres y solidarias, mirar con cariño y con respeto, escuchar las palabras y los silencios. El quehacer del educador es misión y no simplemente profesión. Implica no sólo dedicar horas, sino dedicar alma. Exige no sólo ocupación, sino vocación.
Por ello, Fe y Alegría abre las puertas de sus institutos universitarios e invita a los jóvenes a estudiar educación, muy consciente de que, en nuestra realidad educativa, es un llamado a jóvenes valientes, generosos y serviciales, que quieren contribuir a la salvación de Venezuela y a construir un país próspero, reconciliado, libre y en paz.
Caracas, 04 de marzo de 2025
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