“Fe y Alegría no se puede casar nunca con la desesperanza. Nuestra vocación es ser hombres de activa esperanza frente a ese inmenso escenario de pobreza y miseria” Esas palabras del padre José María Vélaz, sj, (1910 – 1985), fundador de Fe y Alegría, siguen humanitaria compleja – que no comenzó en marzo del 2020 con la pandemia – son una especie de ruta para todos los que trabajamos en Fe y Alegría. De ahí el lema de este año: Esperanza en acción. Yo añado, y con raíces.
El movimiento de educación popular integral y de promoción social, como se define, nació en Venezuela, en 1955, en plena dictadura militar, en un barrio de Catia, hoy 23 de enero, y se ha extendido por 22, y varios en lista de espera. En Venezuela es la organización educativa más grande, estamos desde la frontera con Colombia – en la comunidad wayuu de Cojoro – hasta la frontera con Brasil – en la comunidad pemón de Manakru – Son 67 años defendiendo el derecho a la educación, en medio de comunidades populares. Por muchos años, el lema fue “Donde no llega el asfalto, ahí llega Fe y Alegría”.
Cuando afirmo que Fe y Alegría siembre esperanza con raíces, me refiero a esa vitalidad que ha hecho que no nos conformemos con lo ya hecho, pero uno repasa la historia, y ve que el movimiento no se sienta a esperar que el maná venga del cielo. Los problemas no se esconden, no se disfrazan, se reconocen y se enfrentan, y siempre va más allá. Renovando, reinventado, ensayando para mejorar…
Me gusta recordar esa primera escuela, que nació sin pensarlo demasiado. José Mari, muy joven, recorriendo barrios populares de Catia con estudiantes de la entonces recién nacida UCAB, observando necesidades y escuchando a los vecinos. “Tenemos muchas necesidades padre, pero lo que más nos preocupa es no tener una escuelita para nuestros hijos”. Entonces se enfocó en ver cómo crear una escuela. Con su capacidad de soñar, de atreverse –hoy diríamos, emprender – y con su optimismo antropológico, que la hacía pensar que hay más gente buena que mala, y que si se ofrece una bandera atractiva, la gente se suma, confiando en los demás, se topó con Abraham Reyes, un albañil, hombre de fe, que llevaba años con su esposa Patricia, construyendo su casa, de dos plantas, para su familia, ya Patricia en estado de su quinto hijo, y Abraham y Patricia, representando a ese pueblo venezolano generoso, le ofreció la planta alta para que pudiera albergar niños, varones, y estudiaran. Más tarde le cedería también una parte de la planta baja para que se aceptaran niñas. Se comenzó sin pizarra, sin pupitre… así han comenzado muchas escuelas en Fe y Alegría. Y se hizo la primera rifa, con unos sarcillos donados por una de las estudiantes de la UCAB.