En la década de los años setenta, del siglo pasado, conocí a Abraham. Me ayudaba en la reparación de un equipo de impresión offset que teníamos en el Jesús Obrero. Era cuidadoso, analizaba muy bien el problema y ponía todo su empeño y saber práctico en resolverlo y entregar la máquina funcionando. No tenía apuro en terminar, porque lo que le importaba era hacer bien su trabajo.
Más adelante, cuando ya empieza a formarse para ser ordenado como diácono permanente, venía con frecuencia a nuestra comunidad, para planificar su apostolado con el Padre Díaz Guillén, párroco de Jesús Obrero. Nunca entendió su ordenación como una dignidad que le separaba de sus hermanos, ni se sentía de otra categoría. Entendió al pie de la letra, sin glosa, que ser diácono era ser servidor. Cercano a Dios y cercano a su gente. Ejemplo de laico y ejemplo de ordenado, caminando al lado de todos.
En aquellos primeros años, yo todavía no sabía que Fe y Alegría había nacido en la casa que él y Patricia habían regalado al Padre Vélaz. Y después de todos estos años estoy convencido que todas las Fe y Alegría extendidas por el mundo son fruto de la semilla de su generosidad. La generosidad del pobre, como me gusta decir, es la que produce frutos de Reino. La del que da, sin esperar nada a cambio. Generosidad unida a una confianza grande en la providencia de Dios, porque sabe que, si cuida de los pájaros y las flores, mucho más cuidará de sus hijos más pequeños.
Este gesto de Abraham y Patricia no fue improvisado. Les salió del corazón porque tenían un corazón generoso, capaz de abrirse a las necesidades de sus hermanos y de ver el bien común antes que el personal: Si me quedo con la casa será solo la casa de mis hijos, pero si la convertimos en escuela será la casa de todos los niños del barrio. El Padre Vélaz, al recibirla nos dice: Este fue el don inapreciable que nos hizo Abraham Reyes; él ha sido el motor del pensamiento y de la acción de Fe y Alegría.
Estoy seguro de que el Padre Vélaz y Fe y Alegría aprendieron de este gesto, que hoy es parte del ADN del Movimiento. Sus maestros y personal son reflejo de esa misma generosidad y compromiso, incluso en estos tiempos de tantas carencias y dificultades. Y por eso también, todas las escuelas extendidas, por ahora, por 22 países y tres continentes, tienen que contar en sus orígenes y durante toda su existencia con el aporte generoso de la comunidad. Es la condición para que se haga patente el Espíritu, para que Fe y Alegría sea un Movimiento con Espíritu, para que Fe y Alegría perviva siendo esperanza para el pobre.
Al agradecer a Patricia y Abraham por su generosidad y su testimonio, estamos agradeciendo al Espíritu de Dios que sigue presente y activo en Fe y Alegría, en nuestra Iglesia… y más allá…
Y en este momento –necesariamente limitado– de agradecimientos, debo agradecer a mi compañero y amigo Joseba Lazcano que nos ha recogido todos estos materiales sobre Abraham y Patricia. Me consta que lo ha hecho con la fe y la alegría muy propias de nuestro Movimiento.
Manuel J. Aristorena, s.j.
Director Nacional Fe y Alegría Venezuela
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