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¿Quién atiende a los niños y adolescentes dejados atrás por la migración?

Educar en Venezuela no es mantener el funcionamiento ordinario de una escuela en tiempos de guerra, pero sí librar batallas en todos los frentes.

 

La crisis curricular, las fallas infraestructurales y pedagógicas, las peores condiciones de vida de maestros y estudiantes, la diáspora docente, la desnutrición infantil y, sobre todo, la educación de 966.899 niños y adolescentes dejados atrás por la migración forzada de sus padres, una cifra que aumentó en más de 30.000 niños y adolescentes con respecto al cierre del 2019, según el informe Niñez dejada atrás de Cecodap.

“Los niños dejados atrás son una realidad que nosotros no teníamos, no sabíamos qué hacer y casi que no sabemos qué hacer”, explica José Gregorio Terán S.J, subdirector nacional de Fe y Alegría.

 

“Pero estamos haciendo uso de algo que está en nuestra práctica ordinaria: la cercanía, la personalización, el estar pendiente del último de la clase, del más pobre dentro de la escuela, de los más vulnerables y excluidos”.

 

«Hay que hacer que el proceso migratorio sea planificado y protegido. En la medida en que protejo al niño jurídicamente, le evito situaciones de riesgo y generarle mayor estado de indefensión», afirma Terán.

 

Una práctica que no deja de lado la insistencia en la propuesta educativa La escuela necesaria de calidad.

 

Desde el 2005 se ejecuta en la red de los centros educativos, tanto escuelas como institutos universitarios y técnicos, centros de formación y capacitación laboral, e instituto radiofónico, buscando mantener los procesos de lectura y escritura, lógico-matemáticos, ciudadanía y espiritualidad como competencias para fortalecer el autoconocimiento, los proyectos de vida, la buena convivencia, el desarrollo del sentido crítico y la productividad.

 

La exigencia es igual para todos los estudiantes: “Estamos pidiendo rendimiento académico en las competencias fundamentales para que puedan defender sus derechos”, enfatiza Noelbis Aguilar, directora nacional del programa Escuelas de Fe y Alegría.

 

Haciendo la tarea
Claro que la niñez y la adolescencia no acompañadas suponen mayor atención a la académica.

 

Esto es: un trabajo psico-socio emocional que inicia con la observación de los maestros en el aula, en el patio, en el portón y hasta en las casas de los estudiantes, porque si bien las alteraciones en la asistencia, el rendimiento escolar, los cambios físicos y de comportamientos tras la migración de los padres son manifestaciones que hay que atender, “puede llegar a pasar el adolescente o el niño sobreadaptado que puede mostrarnos que nada estuviera pasando. Tenemos que pensar que detrás de ese ‘nada’, puede haber un todo que se nos escapa”, señala Abel Saraiba, coordinador adjunto de Cecodap.

 

De manera que los maestros también aprenden ante el fenómeno migratorio: “Muchos asumían estos cambios como mal comportamiento cuando los estudiantes están pasando por una situación de desapego que ni las escuelas ni los docentes estábamos preparados para afrontar”, explica la profesora Aguilar.

 

Así pues, Fe y Alegría desarrolla, entre otros programas, Protege de Unicef, Acompañamiento en duelo migratorio del Servicio Jesuita a Refugiados y Crecer sin violencia de Cecodap.

 

En ellos, no solo se acompaña a los estudiantes sino que se prepara a los maestros como actores humanitarios psicosociales capaces de educar a las familias.

 

Las facultades parentales son indelegables, intransferibles e irrenunciables. Abuelos, tíos, padrinos, vecinos y hermanos mayores no son los padres aunque asuman estas labores con inmensa voluntad

 

“Estamos orientando a las comunidades para que puedan tomar una mejor decisión a la hora de emigrar, que puedan planificar, tomar en cuenta todos los aspectos legales, las gestiones para que el niño haga sus actividades escolares. Tratamos de garantizar la unidad familiar”, explica Yamelis Martínez, coordinadora pedagógica nacional de Ciudadanía del Movimiento de Educación Popular y Promoción Social.

 

Si bien un niño y un adolescente dejados atrás son tan novedosos como la migración forzada desde Venezuela, no lo es un niño y un adolescente sin familia sólida en el país.

 

Olga Ramos, coordinadora del proyecto Observatorio Educativo de Venezuela, sostiene en que “la experiencia que tiene Fe y Alegría ayuda más que cualquier otra: está en zonas donde hay familias que no tienen las condiciones de estabilidad y en zonas donde la violencia compite con la educación. Obviamente no les resuelve el problema, pero les permite tener más herramientas que otras escuelas”.

 

Lo difícil de hacerla
Higiene y alimentación son nuestras primeras necesidades, mucho más en una emergencia sanitaria. La cuarentena social nacional tras la llegada del Covid-19 a Venezuela compromete el proceso enseñanza-aprendizaje y la vida misma de los niños, pero no solo por el virus, “sino porque no tenemos agua. Teníamos que suspender las clases hace tiempo aunque el coronavirus no hubiese llegado”, opina Ramos.

 

En estos momentos, el programa Una comida para aprender de Fe y Alegría en alianza con otras instituciones y empresas privadas se encuentra suspendido.

 

Esto quiere decir que los niños de preescolar hasta primer grado, así como maestros, personal administrativo y obrero de algunos centros están dejando de recibir una comida capaz de proporcionarles entre el 30% y 40% del plan calórico personalizado.

 

Desde ya, se advierte un aumento de la desnutrición estudiantil, sobre todo en aquellos cuya única comida del día o la más completa es la que reciben en el programa de alimentación.

 

No solo se acompaña a los estudiantes sino que se prepara a los maestros como actores humanitarios psicosociales capaces de educar a las familias.

 

La tarea de hoy
El tema migratorio se ha hecho evidente y natural: “Los niños te lo van diciendo o se ponen a preguntarle al otro”.

 

Antes había mucho temor de informar a la escuela por todo el tema legal y los papás les decían a los niños: ‘Tú no puedes decir que me fui, porque llega la policía y te lleva’, pero aún hay mucha desinformación en los representantes”, cuenta la profesora Aguilar.

 

La cuarentena social nacional, tras la llegada del Covid-19 a Venezuela, compromete el proceso enseñanza-aprendizaje y la vida misma de los niños

 

Para enero del 2020, 1.775 docentes de Fe y Alegría dejaron de serlo, lo que equivale a 25% de todo el movimiento educativo.

 

Si bien la migración es un derecho, las conocidas “universidades de Fe y Alegría” animan lo que parece imposible: permanecer en Venezuela.

 

Así, además del acompañamiento, desarrollan planes de formación docente para madres, profesionales de otras áreas y voluntarios que buscan sumarse a la gesta educativa en plena emergencia y mantener la unidad familiar.

 

Charlas y convenios con diversas empresas en el país permiten que los estudiantes accedan a oportunidades laborales en las cuales pongan en práctica sus habilidades y conocimientos.

 

Joseba Lazcano S.J., sociólogo asesor de Fe y Alegría, concluye que “la escuela no es simplemente para dar clases, es el lugar privilegiado para tener la incidencia en la formación de la gente y la transformación social con la gente.

 

Se atiende la emergencia en Venezuela manteniendo la dignidad y la esperanza que no es tener optimismo, sino ponerse activamente a hacer las cosas”.

 

Sobre todo ahora cuando la escuela, en medio de tantas batallas, es el lugar más protegido para esos chamos que han sido dejados por sus padres y abandonados por el Estado.

 

Tomado de El Estímulo

13 de abril de 2020

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